Españoleando en Guirilandia

Soy cañí porque así me hizo Dios.

24 noviembre 2004

London

Hace frío, frío de rabiar, y el autobús no viene. ¡Buaah! Llevamos 5 horas parriba y pabajo sin parar, nos hemos gastado tanto dinero que no queremos ni pensarlo, hemos boquiabierto tanto que se nos atascan los recuerdos. Aquella tía de los labios negros que no aprendió a no salirse de la raya, la tienda cyberpunk con vestidos ciencia-ficticios, complementos biónicos, trajes galácticos, los punkis, los góticos, los que aún están por nombrar, la ropa, la ropa, la ropa. ¡El bus! Nos montamos con tiquets reclicados, y nos importa un pepino que el autobús no nos lleve dónde queríamos. Nos bajamos y otra vez a boquiabrir. Flirteamos con bares pijos, miles de retinas nos patean el culo. Vamos a sexshops directos a la sección bondage. Entramos en calor en recreativos laberínticos con escaleras hacia naves espaciales y japoneses bailando al ritmo de un son que no entendemos. Pero lo mejor es salir a la calle: la fiesta en el autobús, la limusina todoterreno (que contra las comunes ya estamos revacunados), el rolls, las luces, parpadeo y colores, el predicador, la marea de gente, el posherío, los negracos, los gays, los delicados y los machos y los de relleno…

Tras 14 horas danzando por Londres volvemos con la cabeza más cansada que los pies.

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13 noviembre 2004

Lo que más echo de menos aquí: el castellano

Hay un mar en mi cabeza. Se agita, quiero compartirlo, pero cuando me dispongo a hacerlo me canaliza un embudo. Mi mar entonces queda reducido a chorrillo de agua.
¡Leñe! Lo empujo y lo empujo, lo meto a presión, ¡venga, co!, y sale desordenado, a trompicones, salpicando. No hay por donde cogerlo.
Me canso, me siento, me guardo mi mar. El chorrillo se seca y redescubro la timidez. Mi opinión es la mitad que la suya y se piensan que soy tonto y que estoy vacío.
Suspiro, me resigno y me sumerjo en mis pensamientos. Total, no hay modo de compartirlos.

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08 noviembre 2004

Post explosion post

Y tan inminente. Tras los últimos días mi boca empezaba a rebosar espuma, de puro absurdas y desmesuradas que me parecían sus exigencias para el piso. Me sentía acusado sin motivo, engatillado por pistolas de invisible justicia, cercenado el normal transcurrir de mi vida. No dejéis que las puertas se cierren solas, no pongáis música, no habléis alto en la cocina, vuestros amigos os están siempre llamando por teléfono y a la puerta, todo el rato entrando y saliendo, y tengo mucho que estudiar. Toma y yo. Así que ayer por la noche mi boca empezaba a rebosar espuma, rabiaba de su hipocresía, porque eso sí, luego es toda buenas caras, y ponía Minor Threat a tope para descargar mala leche, para que rabiase ella, ahora que estaba en la cocina escuchando música. Pero me golpeó con frenesí en la puerta. Bajé la música y me cagué en Dios de nuevo, en ese Dios que permitía que existiesen criaturas como aquella. Me intenté calmar, salí al pasillo y la oí gritar desde la cocina: “¡¡¡Hagamos ruido!!! ¡¡¡Hagamos ruido!!! ¡¡¡Seamos ruidosos!!!”. Blasfemé reiteradamente sobre varias figuras clericales. Me volví a intentar calmar. No lo había conseguido del todo cuando vinieron nuestros amigos, estuvimos hablando en la habitación, y en otro arrebato demente vino a gritarnos con su habitual leche no ya mala, sino putrefacta, que a ver si es que no podíamos dejar de hacer ruido todo el rato. Y la olla estalló.

Es curioso discutir en inglés. Las palabras aparecen sin pedirlas, no como de costumbre, fluyen, se empujan, y hay mucha más vida y belleza en el hablar. El significado desenfocado que tienen las palabras en idioma ajeno le lanza a uno hacia la nitidez, obvia rodeos y eufemismos, ataca al corazón del problema con dardos afilados. Y es incluso gratificante poder gritar “fuck off” en el contexto apropiado.

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07 noviembre 2004

Notas para un bosquejo de la residencia

Mi residencia se llama Warnerford Hall, pero ojo que la ‘e’ del centro no se pronuncia. Ta hecha de pisos de 6 habitaciones + cocina + 2 retretes + 2 duchas. Compartimos piso una española, una inglesa, un inglés, una francesa, una japonesa y servidor.

La española se llama Silvia y es de Pamplona y nos llevamos muy bien aunque se suele poner un poco tonta cuando come galletas.

La inglesa se llama Cat, como José Luis, y es una cachonda, pero habla demasiado alto de nuestros hábitos culinarios.

El inglés se llama Joe y es un trabalenguas andante, habla supermal, y además está siempre con los ojos rojos. Pero cuando le entiendo me cae bien.

La francesa se llama Julie y es un agobio de mujer, pura amargura. No me deja cantar, se piensa todo el rato que la vamos a violar y a robar, dice que somos unos guarros y no para de chillar y protestar. Estudia desquiciadamente.

La japonesa se llama Chemi y vive enroscada a la francesa.

Servidor se llama Uául, que aquí no entienden de erres ni de hiatos, y está bastante mosqueao con estas dos elementas.

La llama está encendida y la olla hace mucho tiempo que empezó a calentarse. La explosión es inminente.


Cuando aún podían sonreir.

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