Españoleando en Guirilandia

Soy cañí porque así me hizo Dios.

11 enero 2005

El caso vasco

Tras mis visitas navideñas a Barcelona, Pamplona y Bilbao he comprobado que he cometido un error de extensión. Ninguna de esas tres ciudades es comparable a Zaragoza ni se merece la misma crítica, así que a partir de ahora dejaré al país en paz y enfocaré la mirilla exclusivamente hacia lo que conozco.


Lo que vi en Pamplona y sobre todo en Bilbao fue un pueblo desbordante de carácter, con merecida fama de irreductible, de ideas claras como clara es también su necesidad de luchar por ellas antes que sucumbir ante el hedonismo protagonista de nuestros días de felicidad auchaniana. Y estoy hablando mucho más allá de ETA y del independentismo; estoy hablando de movimientos sociales, formas de vida alternativas, coherentes, constructivas, respetuosas. Un movimiento inexistente a ojos del televidente, radioyente o lector de prensa, que no recibe esos 20 minutos de atención televisiva diaria que reciben otros ni es tema de discusión en las tertulias radiofónicas. Un movimiento que tal vez camine paralelo al independentista, pero que hasta donde he podido observar lo hace de forma comparable al caso del bando Republicano en la guerra Civil y a tantas otras alianzas imposibles que la historia ha engendrado: las provocadas por un enemigo común. En este caso ese enemigo es el estado, estado a secas para unos y español para otros; así como sus representantes, los políticos, y sus mercenarios, la policía.

Pero cada movimiento odia al estado por diferentes motivos:
uno por representar a la autoridad, el orden, la ley, ese burlesco equilibrio democrático y ese dantesco baile económico; por defender por la fuerza y con la camuflada violencia del poderoso los intereses de poderes económicos y políticos; por agredir proyectos sociales, destruir protestas, engendrar miedo, frenar el avance social, la evolución.
El otro por representar a un país al que está agregado sin motivo, con el que no se identifica y que atenta contra su identidad popular, cultural, histórica, lingüística, étnica...

Y ante el miedo que le provocan, por distintas razones, ambos movimientos, el estado español enfanga el territorio de soldados a sueldo. Soldados procedentes del resto del territorio nacional, lo que genera y justifica ese desprecio ante el “invasor” español y hace que la lucha de unos sea en definitiva la de los otros. Ese enfango no cesa, de la misma manera que no cesó en Flandes, y bajo ese yugo el vasco crece dolido en su orgullo, coartado, y cría hijos llenos de odio hacia esos mercenarios y lo que representan.

De manera que en este caldo
los unos, desde su no-existencia, construyen sueños, tiran piedras y reciben palos;
los otros matan y ponen cara de malos en el telediario;
y los de más allá torturan y sonríen, ahogan y sonríen, camuflan y sonríen, tergiversan y sonríen, se hacen los mártires y ponen cara de buenos en el telediario. Y sonríen.

Llegados hace tiempo a ese “punto de no retorno”, los tres bandos hierven en una suerte de guerra civil latente que no tiene solución.


Un flayer de ese "tercer movimiento"

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