Españoleando en Guirilandia

Soy cañí porque así me hizo Dios.

12 mayo 2005

Mi particular viaje al centro de la tierra: Capítulo final

Las aventuras de Pakito llegan a su fin...

El cuarto día amaneció con la expectativa de ver al fin la ciudad en la que viviamos, Oxford. Así y, como no, tras degustar una reponedora dieta vegetariana, un internacional grupo emprendimos la marcha.
Si todos los edificios de Londres me gustaron, en Oxford quede casi al borde del síndrome de Stendal. Lo siento pero no hay palabras. Vendría a ser como un parque temático pero de verdad. Como cuando entras al Irish pub de tu ciudad, pero estos son de verdad, no diseñados por un decorador. Como cuando imaginas esas disciplinadas figuras de profesores y alumnos ingleses con togas paseando por las salas de un colegio interno construido en el siglo XVIII, pero de verdad. No sé si me explico. Cada edificio, cada college supera al anterior en espectacularidad y pompa. Y toda esa atmosfera es la que rodea al viajero a cada paso que da por la honorable villa de Oxford. Creo que no me he sabido explicar con claridad, pero es que hay que ir pa entenderlo, co.
Para aumentar más si cabe la susodicha atmósfera, decidimos entrar en un concierto de música clasica, donde una joven y su violín dejaron al publico boquiabierto y a alguna medio sobada.
Para rematar el día unas pintillas de cerveza en un auténtico y genuino pub inglés. Eso sí, ni sé si serían las 12 de la noche y cada 5 minutos la camarera nos empezó a visitar al grito de 15 minutes to finish, 10 minutes to finish... Y a casica.
Como no habíamos acabado de exprimir la ciudad en todo su esplendor, el 5º día decidimos volver a recorrerla, pero esta vez como hacen los nativos, en su medio de transporte favorito, the bike. Y es que si no espabilas, en Oxford puede que no encuentres sitio para atarla cuando quieras aparcar. Esa gente si que sabe, vete tú por el centro de Zaragoza con la bici y a ver que pasa. Especial atención al parque grande de Oxford. Este fue pues el día más tranquilo, paseo, compra de suvenirs, y por la noche unas cervecillas en un pub en el que unos abueletes con sus instrumentos que parecían de coña rocanroleaban amenizando la velada. Después a casa, una partidilla de cartas, unas risas y al sobre.
Llegó el momento de mi partida, así que los nervios no me dejaron dormir pansando lo que ocurriría si perdia el avion.

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